Siendo un joven sacerdote, fue enviado a
predicar una misión a un pueblo llamado Palomares del Río. Esperaba una gran
acogida, un pueblo fervoroso, grandes conversiones y muchas confesiones. Sin
embargo, encontró un pueblo frío, nadie salió a recibirlo, ni acudieron a su
convocatoria. Encontró, una iglesia restaurada pero descuidada y, además,
algo que le produjo una sacudida al corazón, algo que cambió su vida: a
Jesús Abandonado en su Sagrario, sucio y olvidado. ”¡Qué esfuerzos
tuvieron que hacer allí – nos cuenta él mismo – mi fe y mi valor
para no volver a tomar el burro que aún estaba amarrado a los aldabones de la
puerta de la iglesia y salir corriendo para mi casa! Pero no huí. Allí me quedé
un rato largo y allí encontré mi plan de misión y alientos para llevarlo a
cabo: pero sobre todo encontré… allí, de rodillas ante aquel montón de harapos
y suciedades, a través de aquella puertecilla apolillada a un Jesús tan
callado, tan paciente, tan desairado, tan bueno, que me miraba... sí. Me
parecía que después de recorrer con su vista aquel desierto de almas, posaba su
mirada entre triste y suplicante, que me decía mucho y me pedía más, que me
hacía llorar y guardar al mismo tiempo las lágrimas para no afligirlo más, una
mirada en la que se reflejaba una ganas infinitas de querer y una angustia
infinita también por no encontrar quien quisiera ser querido. Sí, sí, aquellas
tristezas estaban allí en aquel Sagrario oprimiendo, estrujando al Corazón
dulce de Jesús y haciendo salir por sus ojos su jugo amargo, ¡lágrimas benditas
las de aquellos ojos!... ¿verdad que la mirada de Jesucristo en esos Sagrarios
es una mirada que se clava en el alma y no se olvida nunca?”.
Nunca olvidó esa mirada y consagró su vida
entera a acompañar y hacer acompañar al Gran Abandonado, a Jesús en el
Sagrario. “Abandonado
y pobre le he llamado – nos sigue diciendo-. ¡Que no se alarme
vuestra piedad! Abandonado, porque hay lugares donde no se abre el Sagrario, ni
se comulga. Abandonado porque está solo desde la mañana a la noche y desde la
noche a la mañana. Así, completamente solo está Jesucristo en muchísimos
Sagrarios, y por consiguiente ¡pobre!, no ya de pobreza material, sino de calor
de corazones amantes, de lágrimas, de ruegos, de suspiros de arrepentimiento,
de ayes de necesitados, de gratitud de reconocidos, de…en muchos Sagrarios, no
hay, ni rodillas dobladas, ni cabezas inclinadas, ni ojos que miran, ni bocas
que piden, ni corazones que se ofrecen… ¡Nada! Yo no os pido ahora dinero para
los niños pobres. Ni auxilio para los enfermos. Ni trabajo para los cesantes.
Ni consuelo para los afligidos. Yo os pido una limosna de cariño para
Jesucristo Sacramentado; un poco de calor para esos Sagrarios tan Abandonados.
Yo os pido, por el amor de María Inmaculada, Madre de ese Hijo tan despreciado,
y por el amor de ese Corazón tan mal correspondido, que hagáis compañía a esos
Sagrarios Abandonados”.