Queridos diocesanos:
He leído con mucho interés el mensaje de mis hermanos los obispos miembros de la Comisión Episcopal de Pastoral Social. Se han dirigido a sus hermanos en la fe y la humanidad, para motivarlos en su compromiso social en favor de los que sufren. Lo hacen con ocasión de celebrarse el Día de Caridad, en la festividad del Corpus Christi. Lo hacen con un título o lema que también ha despertado mi interés, y espero que, del mismo modo, también lo despierte en vosotros: “Llamados a ser comunidad”. En realidad, el compromiso con los pobres siempre está justificado por el hecho mismo de que haya pobres, de que haya desigualdades y, por tanto, de que haya excluidos en la sociedad.
Con este lema, el compromiso cristiano se sitúa en su mismo origen, el más divino y el más humano. En el divino, porque en Dios el amor es comunitario; y en el humano, porque, en razón de nuestro origen, los seres humanos somos constructores de comunidad. El compromiso con los pobres no sólo está justificado por el hecho mismo que haya pobres, de que haya desigualdades, de que haya exclusión en la sociedad. El compromiso es un modo de ser, de sentir, de vivir, en el que no cabe, naturalmente, ninguna exclusión, marginación. Es por eso, que me parece, que se nos recuerde que estamos “llamados a ser comunidad” es, no sólo sugerente, sino toda una provocación.
Se nos invita a vernos “enlazados” en el servicio en un proyecto de transformación social. Es más, nos recuerda que sólo en nuestro ser comunitario es posible encontrar salidas duraderas y estables a nuestra realidad social. Si no es así, y muchas veces sucede, estamos más preocupados en hacer las cosas a nuestro modo que en hacer las cosas en favor de la dignidad del ser humano, que es siempre el impulso de nuestro compromiso con todos los excluidos de este bien comunitario. En ocasiones sucede que el orgullo de personas y grupos sociales o políticos malogran los objetivos mejores, los más nobles, los más eficaces, por el sólo hecho de que las cosas no se hacen como yo las planteo, desde mis presupuestos ideológicos, desde mis métodos. Esos que están en la base del individualismo, del sectarismo.
“Llamados a ser comunidad” es un lema, sin embargo, que sitúa el compromiso en una sola raíz, la que no permite diferencias entre nosotros; la que surge del modo de ser de Dios. Cáritas, con muy buen criterio, habiendo entendido el gran fracaso humano y social del individualismo, nos invita a forjar nuestra convivencia en la espiritualidad de comunión. San Juan Pablo II describió en diversas ocasiones cómo era esto, y yo os ofrezco una, la que me parece más significativa y gráfica:
“Espiritualidad de la comunión significa:
- una mirada del corazón sobre todo hacia el misterio de la Trinidad que habita en nosotros, y cuya luz ha de ser reconocida también en el rostro de los hermanos que están a nuestro lado;
- capacidad de sentir al hermano de fe en la unidad profunda del Cuerpo místico y, por tanto, como «uno que me pertenece», para saber compartir sus alegrías y sus sufrimientos, para intuir sus deseos y atender a sus necesidades, para ofrecerle una verdadera y profunda amistad;
- capacidad de ver ante todo lo que hay de positivo en el otro, para acogerlo y valorarlo como regalo de Dios: un «don para mí», además de ser un don para el hermano que lo ha recibido directamente;
- saber «dar espacio» al hermano, llevando mutuamente la carga de los otros (cf. Ga6,2) y rechazando las tentaciones egoístas que continuamente nos acechan y engendran competitividad, ganas de hacer carrera, desconfianza y envidias.
No nos hagamos ilusiones: sin este camino espiritual, de poco servirían los instrumentos externos de la comunión. Se convertirían en medios sin alma, máscaras de comunión más que sus modos de expresión y crecimiento. (NMI, n. 43)
Maravilloso, ¿verdad? Pues esa maravilla hecha realidad depende de nosotros, la formamos nosotros, la reflejamos y ofrecemos nosotros al participar de la Eucaristía. Es en el Pan Eucarístico, partido y repartido, como se teje la comunión, como se hace la comunidad de hermanos que miran al mundo con fraternidad y que prefieren en su corazón y su servicio a los más pobres y excluidos de la sociedad. No hay mejor modo de romper el individualismo que ser uno en el Pan que se ofrece a Dios y que de Dios se recibe, en la Iglesia, al participar en la Eucaristía. Ese pan que nos encauza en un compromiso común en favor de los pobres es el que celebramos en el Corpus Christi, día de la Caridad. “Como estaba el Pan disperso por las tierras de labor, haznos uno en esta ofrenda, haznos uno en ti Señor”.
Este es, por tanto, el compromiso que os propongo, querido jiennenses, para este Día de la Caridad: que la Eucaristía, cuerpo entregado y sangre derramada de Jesús para la vida del mundo, nos ayude cada día a descubrir que el acercarnos a la misma mesa, para comer el pan eucarístico, nos propone compartir el proyecto de Dios de lograr una vida digna y un desarrollo humano integral para todos. Desde la Eucaristía cultivemos la comunión, que nos hará cultivar la dignidad humana, cuidar de la casa común, promover el desarrollo humano integral, asumir un compromiso transformador de la realidad social en nuestros modos de pensar y vivir, trabajar por una economía de comunión y tener una espiritualidad de ojos abiertos a Dios y a los hermanos. Y a todos estos propósitos estamos obligados a darle concreción en nuestras ciudades pueblos, a través de nuestras Cáritas, en las vidas de cuantos necesiten de nosotros. Nunca olvidemos que Cáritas recibe su vocación y misión en nuestras comunidades parroquiales, que siempre son comunidades eucarísticas.
Con mi afecto y bendición.
+ Amadeo Rodríguez Magro
Obispo de Jaén