Desde mi llegada a Jaén escucho con frecuencia una advertencia: “Cuidado con el verano”. Tengo que reconocer que tanto aviso por los calores veraniegos me producía cierta extrañeza, sobre todo porque iban dirigidos a un extremeño, criado en la provincia de Badajoz y luego, antes de ser vuestro obispo, 13 años en Plasencia, en la provincia de Cáceres. Venía, por tanto, de veranos calurosos, cuando así era la climatología del año. Luego me explicaron las razones de nuestras noches calurosas, que en eso sí que somos distintos en Jaén. ¡Madre mía, que noches! Y detrás de esas primeras advertencias, venía la recomendación: “Aquí en Jaén, si se puede, es mejor no estar en verano”.
Ya he experimentado dos, y tienen razón los giennenses que se quejan; sobre todo los que no pueden salir a esos refugios que otros sí se pueden permitir. Pero no era del calor de lo que yo quería hablaros; porque eso, al fin y al cabo, pasa. Mi intención es poner de relieve que, cada vez más, hay muchos que buscan que el tiempo de verano sea para ellos una oportunidad de hacer lo que no se puede en otra época; sobre todo vivir experiencias ricas de convivencia y formación. Así lo han hecho un amplio grupo de cristianos y cristianas, sacerdotes y laicos, de nuestra Diócesis, que han estado en Santiago de Compostela en un gran Encuentro Nacional de Laicos, que se ha desarrollado bajo el lema: Salir, caminar y sembrar siempre de nuevo.
Desde el primer momento que conocí esta iniciativa pensé enseguida que nuestra presencia era necesaria, por eso animé a que se participara, sobre todo para estar en la onda de un movimiento importante que está sucediendo en este momento en España, animado por una renovada Acción Católica General. El curso pasado, muchos de vosotros habéis vivido en primera persona, en vuestras parroquias, el germen de un despertar pastoral y misionero entre nosotros. Con “el sueño misionero de llegar a todos” os habéis reunido sacerdotes y laicos para preguntaros qué es lo que hemos de hacer para situar nuestra Iglesia diocesana en estado permanente de misión.
Ideas, afortunadamente, ha habido muchísimas. En la Asamblea Diocesana final pusimos al descubierto la creatividad de cuantos habíais reflexionado, fruto naturalmente de vuestro amor a Jesucristo y a su Iglesia y, ¿cómo no?, de la docilidad de todos al Espíritu. Gracias a lo recogido, que ha sido muy abundante, estamos a punto de presentar un Plan de Acción Pastoral, cargado de sugerencias, que si son bien acogidas y aplicadas en comunión de todos y con sentido misionero pueden dar, no tengo ninguna duda, el fruto de renovación espiritual y pastoral que esperamos.
Pero nada se puede hacer sin mano de obra. Para todo lo que tenemos por delante es necesario que cada uno ponga lo mejor de sí mismo. Eso es lo que siempre espera de nosotros la Iglesia del Señor, la calidad humana y espiritual de todos. De un modo especial, espera siempre una activa conciencia misionera de los laicos y su disposición a participar corresponsablemente en la misión de la Iglesia. Sin vosotros, los laicos, no es posible evangelizar, no es posible cambiar nada. No es porque los demás, sacerdotes y consagrados no seamos necesarios, es porque vosotros sois la fuerza que nos hace salir al mundo y entrar en todas sus periferias. Los laicos sois la apuesta de la Iglesia de Jaén para que la pastoral ordinaria, la que se desarrolla en nuestras parroquias, urbanas o rurales, tenga el acento misionero que necesita. Evangelizar a todos sólo es posible si todos tenéis la oportunidad y aceptáis el deber, que os corresponde por vuestro Bautismo, de ser misioneros.
Evidentemente, todo irá mejor si evangelizamos unidos, si partimos de una actitud y unos modos de actuar que tengan como “alma” una espiritualidad de comunión. Siempre hemos de andar juntos por los caminos de la evangelización; el individualismo y el aislamiento dispersa, la unidad concentra a todos en lo esencial, el anuncio de la alegría del Evangelio con un impulso de amor que nace en el corazón mismo de Dios. Todos hemos de trabajar el espíritu de comunión: unos, por responsabilidad ministerial la han de promover; y otros, se han de incorporar con profundo sentido de responsabilidad a esa tarea común.
Los laicos, conscientes de que están llamados a santificar el mundo, necesitan especialmente esta experiencia de comunión. Es verdad, que sobre todo en estos tiempos se ha evangelizado por el “boca a boca” y el “uno a uno”; pero siempre el que evangeliza ha de llevar la impronta espiritual de una Iglesia con vocación sinodal. Eso pone en valor, en lo que se refiere a los laicos, el apostolado asociado. Mejor caminar con otros, en su clima espiritual, en su fuerza pastoral, en su ayuda comunitaria, en los medios del grupo que acompaña, que solos. De ahí que, afortunadamente, esté renaciendo con fuerza la Acción Católica y que se vuelva a redescubrir como el movimiento de la Iglesia en su labor ordinara de anuncio del Evangelio en este mundo moderno. Es una Acción Católica con clara vocación diocesana y parroquial.
Ya veis, estos que fueron a Santiago buscaron otro verano: se incorporaron a las inquietudes más actuales y urgentes de la Iglesia en España y recogieron, para ahora sembrar en la misión que emprende nuestra Diócesis tras haber pasado los calores del estío. Pronto, Dios mediante, les pediremos a los que organizaron este evento y a los que participaron que nos cuenten lo que allí ocurrió; y, según sea vuestra respuesta, ya veremos por dónde seguimos.
Con mi afecto y bendición.
+ Amadeo Rodríguez Magro
Obispo de Jaén