Queridos fieles diocesanos:
1. Siguiendo las indicaciones del Papa Benedicto XVI, estamos celebrando el Año de la Fe desde el 11 de octubre de 2012. Concluirá el próximo 24 de noviembre Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo.
A lo largo de todo este año hemos tenido ocasión de reflexiones sobre las verdades contenidas en el Credo, que tantas veces hemos recitado, y de renovar las promesas y compromisos bautismales
De una u otra forma y en distintos momentos nos hemos acercado a la Carta Apostólica Porta fidei, “La Puerta de la fe”, de S. S. Benedicto XVI, que nos ha dejado como herencia viva de su fecundo pontificado.
“Como la samaritana, nos decía, también el hombre actual puede sentir de nuevo la necesidad de acercarse al pozo para escuchar a Jesús, que invita a creer en él y a extraer el agua viva que mana de su fuente (cf. Jn 4, 14). Debemos descubrir de nuevo, el gusto de alimentarnos con la palabra de Dios, transmitida fielmente por la Iglesia, y el Pan de vida, ofrecido como sustento a todos los que son sus discípulos (cf. Jn 6, 51)”(PF, 3)
Creer en Jesucristo, aseguraba también, es el camino para esperar, amar y salvarnos. Ponía también en nuestras manos los textos del Vaticano II en el cincuenta aniversario de su apertura y el Catecismo de la Iglesia Católica, a los veinte años de su publicación.
Es momento de evaluar a nivel personal y comunitario, nuestras respuestas durante este año de gracia pero, sobre todo, de agradecer juntos al Señor, en la festividad de Cristo Rey del Universo, las abundantes bendiciones y beneficios que ha derramado sobre nosotros en esta Iglesia de Jaén, a lo largo de todo este año.
2. El Papa Francisco, recibiendo el legado de Benedicto XVI, nos ha propuesto también, en su primera Carta Encíclica Lumen fidei, “La Luz de la fe”, que esta luz tan potente no viene de nosotros sino que nace del encuentro con Dios vivo, que nos llama y nos revela su amor, un amor que nos precede y en el que nos podemos apoyar para estar seguros y construir la vida” (LF, 4).
Insiste el Santo Padre a lo largo de esta Carta, además de hacernos tomar conciencia de que somos herederos de la fe de los Apóstoles, en que nos ha de servir de estímulo para evangelizar y transmitirla a otros. No podemos interrumpir la cadena de esta transmisión, guardando la luz debajo de la mesa, sino mostrarla sin miedo, ni complejos, ante los demás.
La fe crece dándola y este Año de la Fe continua abriéndonos a esperanzas nuevas. Allí estábamos, adelantándonos, en el tiempo, cuando Jesús, después de la resurrección encargó a sus discípulos para siempre: “Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id pues y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos” (Mt 28, 19-21).
3. Nuestra vocación cristiana debe rezumar siempre esperanza, más en el “cambio de época” por la que atravesamos. No es momento de “huir de Jerusalén” como los discípulos de Emaús. Precisamente en este momento en que vivimos hace falta cristianos y comunidades organizadas capaces de acompañar, de ir más allá del lamento y de la escucha. Hoy los cristianos tenemos que salir de los templos y ponernos en marcha con la gente, para escuchar y descifrar el porqué de su huida de Jerusalén, de su Iglesia. Hemos de orar más que nunca y llenarnos de la fuerza de la Palabra de Dios y del Pan de la Eucaristía, para, con Jesús y en su nombre, poner nuevo color en sus corazones para que regresen a su comunidad, porque en ella están las fuentes de que se alimenta su fe: La Escritura, la presencia del Señor en la Eucaristía, los Sacramentos, la Comunidad, su Madre…
“Maldito quien confía en el hombre, escribe el Profeta Jeremías, y busca el apoyo de las criaturas, apartando su corazón del Señor. Bendito quien confía en el Señor y pone en Él su esperanza” (Jr 17, 5-7).
La Carta a los Hebreos describe asimismo a la esperanza como ancla que mantiene firme nuestra nave ante las tempestades. Debemos aferrarnos a ella desde nuestra fe, porque “es como ancla del alma, segura y firme, que penetra más allá de la cortina (el cielo), donde entró como precursor, por nosotros, Jesús, Sumo Sacerdote” (Hb 6, 17-20).
4. Gracias por tantas y tan ricas iniciativas, desde las Vicarías, Delegaciones y Arciprestazgos, hasta cada una de las parroquias y comunidades, asociaciones y movimientos. En su conjunto ha sido un año fecundo como para agradecérselo al Señor.
Desde Vicario Pastoral y la Delegación de Liturgia se enviarán los subsidios correspondientes para que, en cada una de las Parroquias e Iglesias abiertas al culto público comenzando por la Catedral, se ofrezca a los fieles la ocasión, en la medida de lo posible, para renovar las promesas bautismales y profesar el Credo, aparte de otras iniciativas posibles.
Con mi afecto en el Señor.
+ Ramón del Hoyo López
Obispo de Jaén
1. Siguiendo las indicaciones del Papa Benedicto XVI, estamos celebrando el Año de la Fe desde el 11 de octubre de 2012. Concluirá el próximo 24 de noviembre Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo.
A lo largo de todo este año hemos tenido ocasión de reflexiones sobre las verdades contenidas en el Credo, que tantas veces hemos recitado, y de renovar las promesas y compromisos bautismales
De una u otra forma y en distintos momentos nos hemos acercado a la Carta Apostólica Porta fidei, “La Puerta de la fe”, de S. S. Benedicto XVI, que nos ha dejado como herencia viva de su fecundo pontificado.
“Como la samaritana, nos decía, también el hombre actual puede sentir de nuevo la necesidad de acercarse al pozo para escuchar a Jesús, que invita a creer en él y a extraer el agua viva que mana de su fuente (cf. Jn 4, 14). Debemos descubrir de nuevo, el gusto de alimentarnos con la palabra de Dios, transmitida fielmente por la Iglesia, y el Pan de vida, ofrecido como sustento a todos los que son sus discípulos (cf. Jn 6, 51)”(PF, 3)
Creer en Jesucristo, aseguraba también, es el camino para esperar, amar y salvarnos. Ponía también en nuestras manos los textos del Vaticano II en el cincuenta aniversario de su apertura y el Catecismo de la Iglesia Católica, a los veinte años de su publicación.
Es momento de evaluar a nivel personal y comunitario, nuestras respuestas durante este año de gracia pero, sobre todo, de agradecer juntos al Señor, en la festividad de Cristo Rey del Universo, las abundantes bendiciones y beneficios que ha derramado sobre nosotros en esta Iglesia de Jaén, a lo largo de todo este año.
2. El Papa Francisco, recibiendo el legado de Benedicto XVI, nos ha propuesto también, en su primera Carta Encíclica Lumen fidei, “La Luz de la fe”, que esta luz tan potente no viene de nosotros sino que nace del encuentro con Dios vivo, que nos llama y nos revela su amor, un amor que nos precede y en el que nos podemos apoyar para estar seguros y construir la vida” (LF, 4).
Insiste el Santo Padre a lo largo de esta Carta, además de hacernos tomar conciencia de que somos herederos de la fe de los Apóstoles, en que nos ha de servir de estímulo para evangelizar y transmitirla a otros. No podemos interrumpir la cadena de esta transmisión, guardando la luz debajo de la mesa, sino mostrarla sin miedo, ni complejos, ante los demás.
La fe crece dándola y este Año de la Fe continua abriéndonos a esperanzas nuevas. Allí estábamos, adelantándonos, en el tiempo, cuando Jesús, después de la resurrección encargó a sus discípulos para siempre: “Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id pues y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos” (Mt 28, 19-21).
3. Nuestra vocación cristiana debe rezumar siempre esperanza, más en el “cambio de época” por la que atravesamos. No es momento de “huir de Jerusalén” como los discípulos de Emaús. Precisamente en este momento en que vivimos hace falta cristianos y comunidades organizadas capaces de acompañar, de ir más allá del lamento y de la escucha. Hoy los cristianos tenemos que salir de los templos y ponernos en marcha con la gente, para escuchar y descifrar el porqué de su huida de Jerusalén, de su Iglesia. Hemos de orar más que nunca y llenarnos de la fuerza de la Palabra de Dios y del Pan de la Eucaristía, para, con Jesús y en su nombre, poner nuevo color en sus corazones para que regresen a su comunidad, porque en ella están las fuentes de que se alimenta su fe: La Escritura, la presencia del Señor en la Eucaristía, los Sacramentos, la Comunidad, su Madre…
“Maldito quien confía en el hombre, escribe el Profeta Jeremías, y busca el apoyo de las criaturas, apartando su corazón del Señor. Bendito quien confía en el Señor y pone en Él su esperanza” (Jr 17, 5-7).
La Carta a los Hebreos describe asimismo a la esperanza como ancla que mantiene firme nuestra nave ante las tempestades. Debemos aferrarnos a ella desde nuestra fe, porque “es como ancla del alma, segura y firme, que penetra más allá de la cortina (el cielo), donde entró como precursor, por nosotros, Jesús, Sumo Sacerdote” (Hb 6, 17-20).
4. Gracias por tantas y tan ricas iniciativas, desde las Vicarías, Delegaciones y Arciprestazgos, hasta cada una de las parroquias y comunidades, asociaciones y movimientos. En su conjunto ha sido un año fecundo como para agradecérselo al Señor.
Desde Vicario Pastoral y la Delegación de Liturgia se enviarán los subsidios correspondientes para que, en cada una de las Parroquias e Iglesias abiertas al culto público comenzando por la Catedral, se ofrezca a los fieles la ocasión, en la medida de lo posible, para renovar las promesas bautismales y profesar el Credo, aparte de otras iniciativas posibles.
Con mi afecto en el Señor.
+ Ramón del Hoyo López
Obispo de Jaén