En este intenso y especial curso pastoral: en él, la Diócesis me ha recibido como su nuevo Obispo y ha vivido la entrañable y sentida despedida de quien fue su Pastor a lo largo de los últimos once años, nuestro querido Don Ramón. Se han vivido acontecimientos importantes con momentos realmente muy especiales para los dos protagonistas aludidos. Uno de ellos se ha incorporado como el 75 Obispo de la Diócesis. Ese soy yo, “ea”; y aunque parezca que hablo en tercera persona y con distancia, nada más lejos de la realidad. Mi bolígrafo es testigo de la emoción que siento al recordar todo lo que me está sucediendo. No obstante, os digo que los días ya tienen la naturalidad de quien se siente jiennense, aunque el interés y la sorpresa de lo nuevo aún estén muy presentes en mi vida cotidiana. Poco a poco me voy conectando a la corriente humana, social y espiritual con la que se vive y se siente en esta bendita tierra del Santo Reino de Jaén. También siento, como uno más, los calores que tanto me anunciabais cuando, aún en primavera, llegué a esta tierra.
Esto significa que ha llegado el verano y que, por tanto, la vida se organiza de otro modo, aunque para mí aún tenga el ritmo de lo ordinario. Para los que tienen la oportunidad de cambiar de ocupación o de no estar ocupados, si me lo permitís os recomiendo que no dejéis de cuidar vuestra vida cristiana; en las cosas de Dios no debemos permitirnos ningún paréntesis. Él, que siempre vela por nosotros, no se lo permite; tampoco nosotros hemos de descuidarlo. En el cuidado de nuestra vida espiritual, el verano es un periodo en el que se pueden hacer cosas que habitualmente no nos podemos permitir como, por ejemplo, leer libros que alimenten en nuestra vida de fe.
Yo lo voy a hacer, si puedo, porque enseguida me voy a Cracovia para participar con nuestros jóvenes en la Jornada Mundial de la Juventud. Y entre mis lecturas, que van a ser variadas, voy a ahondar en un documento que acabamos de publicar los obispos españoles, coincidiendo con el 50 aniversario de la creación de la Conferencia Episcopal Española. Lo voy a releer para situarlo adecuadamente en el destino que yo considero como el más adecuado para este trabajo de la Comisión Episcopal para la Doctrina de la fe, que ha sido la responsable más directa de su elaboración.
Todo documento ha de pasar por un camino largo y difícil hasta que encuentra su lugar y presta su servicio. Ya de entrada éste, como todos los que hace la CEE, precisa de un largo filtro en sus redacciones, en el que tiene que incorporar muchas aportaciones de los obispos, tras escuchar una intensa batería de propuestas y, a veces, de objeciones. Pero al final, aunque no sale un documento perfecto, sí que se ofrece un testimonio de comunión de los pastores de la Iglesia en España. Luego, cuando se hace público, todo documento -según sea mayor o menor el interés que despierte el tema- provoca diversas reacciones, que no siempre son precisamente de aplauso y aceptación. En este caso, como se puede comprobar, no lo han sido, o bien por sus planteamientos e incluso por su lenguaje que, según se dice, pudo ser más catequético.
Pero se diga lo que se diga sobre él, yo os invito a leerlo, porque considero que su argumento es fundamental en el hoy de la misión de la Iglesia. Su título no puede ser más misionero: “Jesucristo, salvador del hombre y esperanza del mundo”. A esto hay que añadir que su contenido no puede ser más rico. Este documento, si lo acogemos y leemos con ojos y corazón de discípulos misioneros, nos ayudará a edificar sólidamente la evangelización del mundo contemporáneo a la que estamos llamados. De todos es sabido que, si bien se evangeliza con todas las manifestaciones de la vida de fe, el punto de partida es siempre la transparencia del anuncio explícito de Jesucristo.
Evangelizar en verdad es un servicio al ser humano, al mundo, pero el primer servicio es que conozcan en su integridad y verdad a la persona de Jesucristo; en realidad es él quien nos da lo que podemos ofrecer en su nombre, quien nos llena de él antes de enviarnos. Por eso, sin mostrar la persona, la verdad, la vida y el camino de Jesucristo no se puede anunciar el Evangelio. Así nos lo recuerda el Papa Francisco cuando dice que la primera motivación para evangelizar es el amor de Jesús que hemos recibido y que necesariamente hemos de compartir; pues, “qué amor es ese que no siente la necesidad de hablar del ser amado, de mostrarlo, de hacerlo conocer”.
Esa motivación pastoral y misionera hace que el documento del que os hablo sea válido para la formación personal y para la de los grupos cristianos, aunque necesite la mediación de algunas ayudas que lo hagan más accesible. De cualquier modo, lo que os he querido decir, además de romper una lanza en favor del que considero un rico documento, es que leer y formarse es un buen uso del tiempo libre que podamos tener este verano.
Feliz descanso a todos. Con mi afecto y bendición.
+ Amadeo, Rodríguez Magro, Obispo de Jaén.